Es difícil explicar el porqué del éxito de algunas series y películas actuales de la televisión o el cine sin tratar de comprender al elenco de personajes que los interpretan. Él o ella representan un estereotipo encasillados ambos en una edad que abarca entre los veintimuchoslargos y los últimos días de la treintena.
Mujeres u hombres con mayor o menor éxito en lo profesional, pero siempre fracasados en las relaciones sociales, personales, pero sobre todo en materia de amor. ¿A quién le va a importar la vida de alguien guapo, perfecto, a veces con bastante dinero y que es infinitamente feliz?
Siempre hay dos personas que se atraen desde el primer día y que se pasan la serie o la película buscando excusas y mintiéndose a si mismos para no acabar juntos. Cuando lo logran, por cualquier causa vuelven a separarse. Igual que en la vida real, pero al revés que te pasas la vida inventando escusas para no dejar a alguien y cuando lo haces, tarde o temprano te acabas arrepintiendo.
La fórmula es infinitamente sencilla, chico conoce a chica, o viceversa, se enamoran, se desean, se desgastan con la mirada, fantasean con encuentros apasionados y clandestinos, almas gemelas, con un vinculo especial, con una potente llama que les quema por dentro, pero sin llegar a mostrar y reconocer lo que sienten el uno por el otro.
Un juego sencillo que tiene éxito, ya que no sabemos si realmente estamos con la persona correcta, con aquella que nos hace contener el aliento en los pequeños momentos de felicidad de nuestra vida, en aquella en la que nos apoyamos cuando estamos a punto de caer derrumbados. No tenemos una bola de cristal para prever el futuro, pero si tenemos una gran persona a nuestro lado con la que compartir lo baches del presente, aquella quién nos ayuda a salir del desalentador, profundo y desesperante pozo.
Pero, ¿sucede esto siempre? Pues aunque parezca mentira a veces todo eso no nos parece suficiente. Así la vida no supera nuestras propias expectativas y buscamos ser como esos personajes de ficción, totalmente ideales y completamente irreales.
Imagen: José María Pérez Alonso
