Era un domingo 24 de diciembre, fuera hacía un frío glaciar que congelaba hasta las pestañas. Llevaba casi todo el día lloviendo, primero gotas de fría lluvia que parecían espinas congeladas de aguanieve. Más tarde comenzó a granizar con mucha rabia, caían piedras y pelotas de golf en lugar del típico granizo. Los padres, los niños y los abuelos corrieron a esconderse en sus casas. No sería un día para pasar la tarde a la intemperie, la cabalgata había sido suspendida. Había muchas cosas que hacer y la casa era un hervidero. Los padres, las madres y los abuelos estaban ocupados preparando la copiosa cena que hoy tendía lugar. Hoy era Nochebuena y mañana sería Navidad
–¿Sabes una cosa Sergio? – le dijo Aingeru a su primo. – Hoy viene el Olentzero.
–¿Quién? – preguntó extrañado su primo. – Hoy viene Papá Noel.
–Que no, que viene el Olentzero. – replicó.
–Papá Noel.
–¡Olentzero! ¡Aroa! – gritó con furia y desesperación buscando la ayuda de su hermana mayor – ¿A que a la noche viene el Olentzero?
–Sí ,Aingeru, sí – respondió su hermana un año mayor.
–¡Que no! ¡No! y no, hoy viene Papá Noel y punto- Respondió enfadado su primo que había venido desde Valencia a pasar las Navidades en casa de sus tíos.
–¡Ama, ama! – comenzaron a gritar Aingeru y Aroa.
–¡Mamá, mamá! – boceaba Sergio con una voz cercana al llanto.
Como si se tratase de una sirena desde la cocina y la sala comenzaron a asomarse cabezas preocupadas por los gritos alarmantes de los niños. O alguien intervenía o no tardarían en enzarzarse como buenos primos. Para poner paz allí acudieron el abuelo y las madres de Aingeru, Aroa y Sergio.
–¿Qué pasa aquí? – preguntó imponente la madre de Aroa y Aingeru. Su mirada inquisitoria impuso la paz al instante.
–Que primo Aingeru dice que no va a venir Papá Noel.
A la amatxu de Aroa y Aingeru no le dio tiempo a responder pues el abuelo de los niños intervino para poner la paz.
–Hija vete tranquila que ya me quedo yo con ellos. – dijo con su gran vozarrón. – A ver Sergio aquí desde hace mucho tiempo no viene Papá Noel, de hecho nunca ha venido, pero no te preocupes que ya han hablado y Olentzero te trae lo que le has pedido a Papá Noel. ¿Queréis que os cuente la historia del Olentzero?.
–Sí, sí, sí, Aitite cuéntanosla, cuéntanosla.
El abuelo comenzó a contar la historia:
Hace muchísimos años vivía sola en mitad del bosque una hermosa hada de cabellos radiantes como el oro y los ojos brillantes como un firmamento estrellado. Como casi todas las hadas cuidaba de la gente y estaba acompañada por criaturas mágicas, duendes y los llamados seres que llevaban unos pantaloncitos rojos de ahí su nombre Prakagorri. Éstos la ayudaban en todos sus trabajos.
Un día, el hada mientras se estaba peinando cerca de una fuente los prakagorris le alertaron sobre algo que se estaba moviendo entre arbustos y helechos. Los duendes gritaron para llamar la atención del hada y ante la cara de sorpresa del hada apareció un inocente niño.
El hada no era capaz de entender como los crueles humanos habían podido dejar abandonado a un inocente bebé. Por ello el hada decidió acogerlo y al verlo le dijo: «Tu nombre será Olentzero, crecerás con Fuerza, con Coraje y nunca te faltará el Amor, y de aquí hasta que mueras, por todo el tiempo que tú vivas, no te faltarán nunca estas tres cosas».
El hada no podía hacerse cargo del niño, así que lo cogió en sus brazos y lo llevó hasta una vieja casa cerca de los límites del bosque donde vivía una pareja. Pese a que los dos se querían mucho, el hombre y la mujer no podían tener hijos. El hada sabía que se pondrían muy felices de recibir el bebé, y lo dejó enfrente de la puerta para que ellos lo encontraran.
Muy temprano, casi cuando estaba amaneciendo, el hombre se levantó a ordeñar las vacas. Entre la paja escuchó un llanto y encontró al bebé. Corriendo gritó y se lo enseñó a su esposa.
–Mari, Mari, Mari, mira lo que he encontrado en la puerta, es un niño, ¿Qué pone aquí? ¿Qué pone? – dijo el hombre señalando a una nota arrugada de papel.
–Déjame ver Antón – dijo la mujer antes de coger la nota. – “Queridos Antón y Mari sé que lleváis tiempo deseando tener un niño, pero sé que nunca podréis tenerlos, por ello os otorgo y encomiendo a esta joven vida, para que la cuidéis y améis como si fuese vuestro propio hijo.”
Antón y Mari se pusieron muy contentos por haber recibido a ese valioso regalo. Rápidamente envolvieron al niño entre ropajes y lanas para que no pasase frío, y también le dieron de comer.
A partir de ese momento, Olentzero creció como su hijo en aquel hogar. Se convirtió en un hombre fuerte, un ser amable y saludable como un roble. Creció feliz en su casa, con su familia adoptiva y nunca tuvo la preocupación de cómo había llegado a ser encontrado por sus padres.
Olentzero trabajaba todos los días del año haciendo carbón vegetal y ayudando a su padre en las tareas del baserri. Pero un día llegó lo inevitable, después de muchos años la muerte vino para llevarse a sus amados padres. Achacosos y ancianos había sido muy felices de la mano de Olentzero. Era hora de dejarlos ir, y a pesar de que sus padres se fueron al más allá muy felices, Olentzero se quedó muy solo y triste en su casa cercana al bosque.
Pasaban los años y Olentzero cada vez era más viejo y triste. Necesitaba ayudar a otras personas, entonces se acordó de que en el pueblo había una casa donde vivían los niños que no tenían familia. “Ellos también están solos y tristes como yo” pensó Olentzero. Y trató de hacer algo para que esos pequeños niños fueran más felices.
Olentzero tenía una habilidad sensacional para hacer cosas con las manos. De ese modo se dispuso a hacer toda clase de juguetes para todos los niños y niñas de aquel triste orfanato. Cuando acabó de hacer todos los juguetes, los metió en un saco y, junto a Astotxo, su burro, los bajó al pueblo junto a los sacos de carbón.
Ya en el pueblo después de vender el carbón, Olentzero se dirigió al orfanato y les dio los regalos a los niños. Al verlos los niños sonrieron y durante ese instante se pusieron muy contentos. Olentzero se pasó el resto del día jugando con ellos, también les contó todas las historias que le había enseñado su aita cuando era pequeño. A partir de ese momento los niños y las niñas amaron mucho al Olentzero y ya no se sintieron tan solos como antes.
Olentzero fue también reconocido en el pueblo y cada día cuando llegaba al pueblo a vender su carbón era rodeado por todos los niños y por los que ya no lo eran tanto. Pero un buen día ya de viejo el Olentzero murió y todo el mundo se quedó muy triste.
El Hada que lo había salvado muchísimos años atrás de morir congelado cuando apenas era un bebé volvió a aparecer y le dijo a Olentzero: «Olentzero, tú has sido un gran hombre, de buen corazón. Has dedicado toda tu vida a hacer cosas para los demás. Por eso no quiero que mueras, quiero que vivas para siempre y a partir de ahora tu harás juguetes y otros regalos para todos los niños que habiten en estas montañas, valles, bosques y ríos y mares de estas verdes tierras.”
A partir de ese momento así sucedió, a comienzos del invierno, casi al final de cada año, Olentzero va por todos los pueblos del País Vasco y Navarra repartiendo juguetes a todos los niños para que tengan unas navidades felices.
–Y ésta es la historia del Olentzero mis queridos nietos. – concluyó el abuelo.
–¿Y mis regalos? – preguntó preocupado Sergio. – yo se los he pedido a Papá Noel.
–Tus regalos ya los tiene el Olentzero, porque Papá Noel se los ha dado para que los traiga aquí.
–¿Sí? ¿Y cómo lo ha hecho? – preguntó Aingeru sorprendido.
–Se han mandado emails, WhatsApp y se han llamado por teléfono, pues hoy en día lo tienen, más fácil el Olentzero y Papá Noel para comunicarse. – respondió Aitite con brillantez.
Y así siguió el abuelo contando mil historias mientras nos entretenía a todos en las Navidades. Orain ni naiz aititea, eta gabon honetan niri tokatuko zait istorioak kontatzea. Espero dut gabon onak izatea direla. Zorionak! Ahora soy yo el abuelo y estas navidades me toca a mí contar las historias. Espero que sean unas estupendas navidades. ¡Felices Fiestas!
Imagen: Álvaro Cartagena Vega